miércoles, 30 de noviembre de 2011

Crujir...Volar...

Estaba formado por un cúmulo de flores blancas. A veces parecían moverse, pensé que tal vez fuera el viento pero, el viento no había emitido sonido alguno desde que habíamos llegado. Volví a fijarme de nuevo en aquel árbol  Una de las flores pareció parpadear. Luego lo hizo la siguiente flor, y la otra y la otra...y así todas sucesivamente. Abrí mas los ojos. Una de las flores se cerró y luego se abrió, desplomándose del árbol. La flor se dirigió hacia mí. Cuando estuvo lo suficientemente cerca me di cuenta de que no eran flores blancas, sino mariposas blancas, que estaban tan quietas sobre aquel árbol que parecían florecillas. Debías fijarte muy bien para averiguar que eran. El sonido de un crujido proveniente de aquel árbol de mariposas blancas hizo que me tapara los oídos. Empezó a retorcer su propio tronco acompañado de aquel crujido tan incómodo. De repente cesó. Aparté las manos de mis oídos y quedé mirando aquel árbol. Su tronco parecía una espiral. Todo estaba en un silencio absoluto. Miré a Marina y la descubrí observando con curiosidad el árbol. Otro crujido hizo que volviera mi mirada a él. Fue tan rápido que si hubiera parpadeado me lo hubiera perdido. Pareció  haberse soltado de lo que le sostenía en espiral. lo hizo con tanta fuerza que al volver a su tronco normal, las mariposas emprendieron el vuelo debido a la brusquedad de aquel movimiento...Consigue el Libro Aqui

martes, 29 de noviembre de 2011

¡¡Tercera aparición en el Blog La pluma del ángel caído!!

Muchas gracias Lu ^^

lunes, 28 de noviembre de 2011

Dragón testarudo...

-¡Cirus, cierra las alas!-le grité completamente asustada.
-¡Mjmj!-dijo con su voz grave de dragón, indicando que le resultaba bastante divertido el verme asustada y, en vez de cerrar las alas, las agitó con mas fuerza.
Cuando vi que íbamos a chocar con la pared cerré los ojos. Esperé a escuchar el sonido de mis huesos o los de él romperse contra el muro de piedra...¿Quieres Mas?

jueves, 24 de noviembre de 2011

De sueño a pesadilla

Todo estaba en un inquietante silencio sumido en la oscuridad. Por mucho que intentara abrir los ojos estos no cedían. Los apreté con mas fuerza y al fin conseguí abrirlos. Esperaba poder ver algún rayito de luz, pero nada. Oí como unos pasos se acercaban a mí. El sonido de unos zapatos sobre la hierba. Se acercaron hasta detenerse muy cerca. El miedo de no poder ver lo que estaba a mi lado me inquietaba. Por mucho que girara la cabeza hacia los lados no veía nada, solo oscuridad. Sentí como cada vez se acercaban más, era como si de la oscuridad surgiera una sombra. Intenté moverme, pero parecía que algo me retenía en aquel suelo helado. La sensación de que algo estuviera a mi lado desapareció. El cielo se iba abriendo poco a poco, hasta que pude ver con claridad...

miércoles, 23 de noviembre de 2011

lunes, 21 de noviembre de 2011

Un pensamiento de Aelita

Todo estaba inundado por la niebla y por el tumulto del agua que cae. Lentamente se fue disipando descubriendo así dónde estábamos. Un trazo perfecto de plumas blancas que caen con energía hacia su destino. Un lago de rocas puntiagudas. Un sonido relajante para el abismo de una muerte segura. Quise cerrar los ojos, pero la inmensa belleza de aquel lugar me invadió impidiéndomelo. Estaba segura de que era el lugar más bonito que había visto jamás y con toda certeza sería el que eligiera para morir si tuviera que hacerlo, sin duda sería la última visión que querría que mis ojos vieran antes de cerrarse para siempre...


viernes, 18 de noviembre de 2011

miércoles, 16 de noviembre de 2011

 La  leyenda del abuelo

El viento de Horsland susurraba mi nombre. Con letras acompañadas de carámbanos que sonaban como el tintineo de las hadas. Paladeaban mis letras y a pesar de su escalofriante y silbante voz, no tenía miedo.

Mis ojos se abrieron al percibir el aliento perfumado de colonia y ramitas de canela.

Unos ojos marrones claros me estaban observando a la luz de una vela.

-Tesoro-mi padre sonrió con su boca divertida.

-Papi…-las lagrimas que prometí no derramar comenzaron a bajar traicioneras por mis pómulos.

-Tengo que irme-asentí agarrando a su cuello de militar. Las solapas estaban limpias y de un verde aceituna que nunca iba a poder mirar sin recordar aquella noche. –Cuida de mami y del abuelo, y sé buena-asentí.

-Vale, y tú vuelve en verano-pero no dijo nada. Solo sonrió de una forma extraña. Me besó la mejilla con fuerza y me acarició el pelo. Luego se fue.

No pude moverme, mis bracitos y mis pies estaban temblorosos a causa de mis sollozos.

Cerré los ojos hasta que oí su calesa marcharse, tras aquello no paré de llorar hasta que me dormí.

Mis sueños eran inquietos.

Hasta que unas manos ásperas me sostuvieron los hombros.

-Aelita, tranquila-al abrir los ojos me arropé en mi abuelo. Lo abracé con fuerza.

–Abuelo ¿papa estará bien?-dije con un matiz de tristeza reflejados en mis ojos marrones y oscuros, los cuales sino te fijabas bien parecían negros. Mi abuelo me miró con compasión y me acarició los ondulados mechones de mi cabello.

 -¿Sabes cómo podemos animarnos?-dijo mi abuelo con una media sonrisa. Algo que había heredado de él.

-Si-me restregué las lágrimas. Los ojos me dolían, igual que el corazón.

-Muy bien si lo sabes ¿Por qué no me lo dices?- me acarició el cabello.

-La Leyenda-me dejé arropar por él mientras miraba sus ojos bondadosos.

-Muy bien pues empecemos, había una vez una  hermosa mujer cuyo nombre era Cristal. Era igual de bella que una flor e igual de delicada y tenía la voz tan dulce como una sirena, sobre su cuello se posaba un colgante en forma de corazón, se decía que quien lo poseyera  podría curar a cualquier persona pero solo a una…-

El abuelo siempre que  llegaba a esta parte de la historia su voz se quebraba debido a las lágrimas que brotaban de sus ojos. Y aquella noche no iba a ser menos,

-Sigamos…si sanara a más de unas persona…-un ruido tras la puerta nos hizo mirar a ambos.

Era Julia, mi madre. Tenía el cabello negro y sus ojos eran de un marrón claro. Su tez era blanca, algo totalmente opuesto a mí. Aquella noche vi algo extraño en ella. Llevaba el pelo recogido. Sus bucles habían desparecido, aquellos en os que papa enredaba a veces sus dedos. -Papa creo que es hora de ir a dormir, Aelita está cansada – dijo mi madre, sus ojos estaban más rojos que los míos.

-Tienes razón – el abuelo me besó en la frente-buenas noches pequeña.



Todas las noches las estrellas se detenían para oír la leyenda, pero nunca el final. Y todas las noches las pesadillas acudían a mis sueños, como la sombra sigue al cuerpo. Pero una carta de mi padre me llenó de esperanzas.

Querida familia.                                                                  

No sabéis lo mucho que os extraño y lo que deseo abrazaros y besaros, pero pronto podre, ya que haremos una emboscada  a nuestros enemigos y acabara la guerra. Me muero de ganas por volver a poder oler aquella fragancia tuya, mi querida esposa, aquella de Orquídeas y Nenúfares. Tengo ganas de escucharte reír, mi pequeña Aelita, y de discutir con el abuelo. Hasta a él lo echo de menos. Os veré muy pronto para poder hacer todas estas cosas.

Os quiero.

 Vuestro Padre y Marido,

Ronald Owell.

Tras aquella carta las cosas cambiaron. Mama cantaba mientras limpiaba. Yo leía para poder contarle a papa miles de historias, pero el abuelo seguía igual de triste. Se encerraba en su habitación y hojeaba libros y escribía cartas.

Una noche me senté sobre el fuego mientras leía “La sirenita”. Casi podía imaginar los cañones y los miles de navío. Donde mi padre aguantaba sostenido en uno de los cabos. El agua bofeteaba su rostro y el cabello estaba mojado. Sobre su cintura estaba su arma y sus dedos la acariciaban como si fuera el rostro de mi madre. Unos cañones dispararon, pero papa parecía de hierro, pasaban a su lado y no lo golpeaban. Pero sus compañeros caían, manchando el mar de sangre, que luego desaparecían unto a la sal.

 “¡Pom! ¡Pom!”  Unos nudillos golpearon la puerta. Despertándome de mi ilusión.

Todos miramos hacia la puerta. Excepto mama  que estaba muy concentrada cosiendo un par de calcetines de color lila para mí.

-Aelita cariño, ¿puedes por favor abrir la puerta?- asentí a mi madre  y fui corriendo a la puerta. Me dispuse a abrirla con las dos manos. Pues, no tenía suficiente fuerza para girar el picaporte con una sola. Cuando abrí la puerta vi a dos hombres igual de uniformados que mi padre. Con chaquetas de color verde marrón al igual que los pantalones, unas botas negras y unas cuantas medallas en los hombros de las chaquetas. Uno de ellos era joven tenía el cabello rubio y unos preciosos ojos de color azul, pero apenas se podían apreciar debido a lo entristecidos que estaban. El otro parecía más mayor, tenía el cabello negro, pero podía verse algunos pequeños hilitos de su pelo emblanquecidos, tenía en el lado izquierdo de la cara una cicatriz, con aspecto de habérsela hecho ya hace años. Los dos caballeros ni siquiera me miraron, según el abuelo era porque yo era tan pequeña y aquellos hombres tan altos que no me vieron, pero yo se la verdad, aquellos hombres no podían ver la cara tan enternecida y dulce que tenia, como cualquier niña de 6 años, y decirme que mi padre había muerto. El soldado del cabello negro se dispuso a hablar con la mirada en frente y sin separar los brazos de su cuerpo.

-Buscamos a Julia, esposa de Ronald Score Brown- el soldado de cabello negro me miró de reojo dedicándome una sonrisa de compasión. Mi madre salió a la puerta.  Jamás la había visto expresar tanta preocupación en su rostro. Incluso cuando papa nos anunció que se iba al frente.

-Papa llévate a Aelita a su cuarto por favor- mi madre me acarició el cabello. Aquella caricia no era como las que mi madre me daba con su más intenso amor, aquella caricia tenía algo más. Un peculiar e insoportable olor a amargura.

-Sí, vamos tesoro – el abuelo me cogió de la mano y me llevó a mi cuarto.  No paraba de mirar atrás y de decirle a mi abuelo que aquellos hombres llevaban el mismo uniforme que papa.  El abuelo asentía con la cabeza. Pero, su mirada estaba ausente.

-¿Quieren pasar caballeros?- escuché desde mi habitación decir a mi madre.

-No gracias señora-supuse que los soldados seguían mirando al frente. Pues, no se produjo sonido alguno que anunciara que habían cambiado de postura.

Ambos caballeros se quedaron en silencio. Mi madre parecía mostrar un tono de inquietud por la ausencia de palabras de aquellos hombres. El frío recorría la habitación al igual que el lamento del viento. El abuelo fue al pasillo. Yo le seguí y me asomé. Pero, por fin uno de ellos habla.

-Esto es duro para nosotros señora-dijo el soldado, de pelo rubio- verá usted su marido a…. fallecido -mis ojos se entristecieron, mi corazón parecía haberse parado debido al shock y mi boca se volvió totalmente seca. Parecía como si no hubiera escuchado nada. Por muy pequeña que fuera sabía lo que significaba la palabra “fallecido”. Mi madre parecía tener la misma reacción. Después de unos segundos respiró como si le faltara el aire y sus ojos se llenaron de lágrimas. Al igual que los míos. El abuelo me agarró con fuerza al oír aquellas palabras y ver como mis ojos se habían llenado de lágrimas. Y después salió hacia la puerta dejándome sola y confusa al ver aquella escena. Los dos hombres le dieron al abuelo el testamento y una carta que era para mí  y otra para mi madre,  pues parecía que mi madre no podía ni si quiera pestañear. El abuelo cerró la puerta y fue a abrazar a mama. Parecía una estatua, pues se quedó quieta cuándo el abuelo le abrazó. 

-Papa, no puedo, mi vida no tiene sentido-dijo mi madre en un tono sin vida. Aquella no parecía mi madre. La vivacidad con la que solía decir las cosas se había esfumado. El abuelo le abrazó con más fuerza y sus ojos derramaron más lágrimas.

-Le quería papa, le amaba, yo tengo la culpa no debería haberle dejado ir - la voz de mama reflejaba el dolor que sentía en aquel momento, el dolor de una perdida.

-Tú no tienes la culpa, pero debes recordar que tienes una preciosa hija que te quiere-mama asintió y se calmó. Me miró  y vio como lo veía todo desde el pasillo con lágrimas. Me hizo un gesto de abrazo y corrí hacia ella. Mi madre me arropó en sus brazos. Estuve hay unos cuantos segundos. Oyendo los sollozos del llanto de mi madre. Me besó en la frente y el abuelo nos abrazó a ambas. Mis ojos derramaron unas pequeñas lágrimas. Mi madre limpió las lágrimas que recorrían mis mejillas y me besó de nuevo en la frente, me cogió de la mano y me llevó a la habitación. Lo mejor en ese momento era dormir y no pensar más en aquello. Pero, en ese momento tenía el corazón encogido y aquello no me permitía dormir. Llamé a mi abuelo entre lágrimas.

-Abuelo, ¿puedes venir por favor?-no tardó ni un solo segundo en llegar a la habitación.

 Mi habitación era la última puerta del pasillo. Estaba pintada de lila, mi color favorito, la cama estaba  situada en medio de la habitación enfrente de una estantería donde estaban todos los libros que mi abuelo solía leerme. En la pared izquierda de donde estaba la cama, había una ventana y debajo de la ventana estaba el escritorio. En la mesa había un libro de la autora Beatrix Potter, creo recordar que se llamaba: El cuento de Peter el conejo.    

-Dime, pequeña-dijo mi abuelo con un tono triste.

-Abuelo, cuéntame la historia-mi madre entró enfurecida y con los ojos aun llenos de lágrimas.

-¡No! ¡No quiero que oigas esa historia! ¡No quiero que creas que una estupidez como un colgante pueda salvar a alguien! ¡Nada! ¡Todos morimos!-mis ojos se pusieron como platos al ver como mi madre me gritaba sin una razón comprensible.

-Pero el colgante…- dije con los ojos entristecidos y con la voz quebrada.

-¡Eso no existe! ¡Son fantasías!-miré a mi madre con lagrimas, pero esta no se enterneció de mis lagrimosos ojos y se fue a su habitación. El abuelo tenía la cabeza gacha y con las manos cerradas en puño. Supongo que no compartía la misma idea con mi madre. Así que lo único que hizo fue besarme en la frente y marcharse de la habitación. Me quede confusa sentada en la cama. Se me escapaban las lágrimas pero me las secaba fuertemente con las mangas. Jamás le volví a pedir al abuelo que me contara la leyenda. Y aunque  se lo hubiera pedido el abuelo se habría negado, debido a que oí como mi madre le decía que no quería volver a escuchar aquella leyenda.

 Desde aquel momento crecí sin el cariño de un padre sustituido por el de mi abuelo, ahora el cuidado de mi madre y el de mí envejecido abuelo dependía de mí. Las leyendas ya no pertenecían a mis noches, pero aun residían en mi corazón. Sin embargo, el destino tiro sus dados. Volviéndome  a ver en una situación parecida. El querido Abuelo ya estaba demasiado viejo y el ocuparse de una familia era demasiado para su edad, produciéndole que enfermara. Sin embargo no se quejaba nunca para que no nos tuviéramos que estar preocupadas, por la salud de un viejo, decía el abuelo.

 Por todo lo demás mi madre superó la muerte de papa pero, nadie podría ocupar el vacío que la muerta de su marido le había dejado. Por otra parte yo crecía, era cada vez más madura, aunque tenía mis deslices, y mi prioridad era mi familia. Pero, mi vida iba a cambiar…

 
10 años después
 Un gran desayuno

Era una mañana de esas en las que abres la ventana y el viento frio te acaricia la cara y no oyes nada salvo el tranquilo murmullo del silencio y el canto de algún que otro gorrión. Me levanté muy temprano, como siempre, pero aquella mañana iba a ser diferente. Me dispuse a ir a ordeñar e ir a comprar pan y si había suerte a ver si alguna gallina había puesto algún huevo. Pero antes iba a la habitación del abuelo para verlo y avisarle de que el desayuno estaría listo en unos pocos minutos. El abuelo dormía en mi habitación desde que este empezó a resfriarse con demasiada frecuencia, le cambie la habitación. Así que yo dormía en la cabaña que estaba fuera. Aunque era más pequeña que mi habitación me gustaba. Ya que olía a Menta, debido a que el abuelo la masticaba en sus ratos libre.  A veces me parecía que el abuelo estaba allí, debido a lo impregnada que estaba la habitación a Menta.
 Llamé a la habitación dos veces y nadie contestaba así que  abrí la puerta con mucho cuidado para no hacer demasiado ruido y así no despertara muy bruscamente al abuelo, pero para mi sorpresa el abuelo no estaba. La habitación estaba desolada, la cama estaba hecha, pero no por el abuelo sino por mama. Lo supe porque mama siempre colocaba unas ramas de mentas después de hacer la cama por qué sabía que le encantaba al abuelo, pero mama se despertaba después de mí siempre. Aquello no tenía sentido. Tampoco estaba las botas que el abuelo solía usar para salir y su abrigo tampoco.  Me preguntaba dónde estaba el abuelo, entonces escuché un ruido que provenía de la cocina.  Cerré la puerta con mucho cuidado para no hacer mucho ruido. La habitación de mama, que era la que estaba en la pared derecha del pasillo, estaba abierta.  Me asomé y comprobé que la cama también estaba hecha.
“¿Me abre quedado dormida?” Pensé. Pero cuando mire hacia la ventana de la habitación de mi madre observé que estaba equivocada, aun ni si quiera había amanecido. Parecía de noche aun. Debían de ser las siete como mucho.  Escuché otro ruido que provenía de la cocina. Fui directa a la cocina y cuanto más me acercaba un olor a pan tostado con huevos y beicon me impregnaba en la nariz y mi estomago empezaba a rugir. Pensaba que era uno de esos típicos sueños que cuando estabas a punto de comer lo que sueñas te despiertas, pero sí lo era no quería despertar. Al llegar a la cocina vi a mama sirviendo el zumo de naranja en tres tazas de color blanco con dibujos de flores de color azul, después las colocó en la mesa y cogió tres platos blancos también con dibujos de flores color azul. Entonces vi los huevos y el beicon recién hechos, y descubrí que no era un sueño, todo estaba ahí y era de verdad. Los miré  llena de ilusión y hambre por supuesto.
-Mama, ¿qué es todo esto?- dije sentándome en la segunda butaca, de las cuatro que había en la parte izquierda, sin quitarle la vista ni un solo segundo al beicon,  a las tostadas y a los huevos.
-Pues es beicon, huevos y tostadas- dijo sacando las tostadas del horno y en un despiste metió otra cosa en el horno.
-No eso ya lo sé, pero ¿De dónde lo has sacado?
-La Sra. Arethusa nos ha regalado unas piezas de su cerdo y yo me he levantado para ir a coger leche y nuestras gallinas han puesto huevos.
 La Sra. Arethusa era la carnicera, era una mujer grande, y no lo digo solo porque tenía un gran corazón sino porque no llegaba a ponerse el delantal. Solía vender mucho ya que su carne era bastante buena. Cada lunes solía decir que empezaba su régimen, pero luego picaba lo que le ofrecía a sus clientes como degustación. Tenía dos hijos, una niña de 10 años llamada Lucinda y un niño de 8 llamado Quique.
 Al terminar de explicar de dónde había sacado cada cosa. Fue al horno a mirar cómo iba lo que estaba cocinando.  Miré a mi madre con curiosidad. ¿Qué estaría tramando?
-Mama, ¿que estas cocinando?- dio un sobresalto ocultando el horno para que yo no viera nada.
-Nada, ¿porque no empiezas a comer tesoro?
Le dediqué una ancha sonrisa. Iba a ser obediente.
 Cogí el cuchillo y el tenedor. Corté un pequeño trozo de beicon con mucha delicadeza,  lo conduje  a la boca cerré los ojos e hice un gesto de satisfacción. El beicon crujía, estaba tal y como a mí me gusta, crujiente. El sabor  recorrió todo mi paladar.  Cogí un trozo de tostada y lo mojé en la yema del huevo. El huevo estaba igual de bueno que el beicon.
-Mmm- mama se echó a reír. Tal vez porque parecía no haber comido en semanas. Cosa que no era así pues mi madre decía que era un pozo sin fondo. Y gracias a dios que era delgada, pero no demasiado. Mi estructura era normal.
Aelita miré a mi madre y no pude resistir el echarme  a reír. Después de un poco de zumo de naranja y más risas pregunté por el abuelo, estaba tan perdida en el beicon que se me había olvidado.
-Pues no sé, se fue esta mañana y no ha vuelto-dijo mama mirando de nuevo el horno. Todo estaba en silencio solo se escuchaba el sonido que hacia el cuchillo y el tenedor al cortar el beicon. Entonces se escucharon unos golpes en la puerta, pero yo estaba también con mi beicon que ni me moleste en abrir. Así que mama abrió la puerta. Era el abuelo aunque mama al principio no lo reconoció, debido a la cantidad de abrigos que llevaba encima, sino hubiera sido por su olor a menta.
-Hola, vaya habéis empezado sin mi- dijo el abuelo mientras colocaba los abrigos en la percha que había justo detrás de la puerta.
-Lo siento abuelo es que…-dije tapándome la boca debido a que tenia la boca llena de beicon.
-.No pasa nada pequeña. Bueno no tan pequeña, ya que hoy es tu cumpleaños-decía el abuelo acariciándome el pelo. Me quede unos segundos pensando. ¿Qué fecha era…?16 de Marzo. Era mi cumpleaños y yo era la última que se había enterado. Menos mal que yo no me tenía que regalar nada. Si no me hubiera echado de la fiesta yo misma.
-¡Oh! Es verdad lo había olvidado, bueno que mas da es un año más-dije intentando quitarle importancia pues sabía que si mostraba demasiada emoción les entristecería a ambos. Pues, las cosas no estaban para hacer regalos. No había suficiente dinero.
-Entonces si no te importa no querrás tu regalo.-Dijo el abuelo sobreactuando. Miré al abuelo con cara de sorpresa.
-¿Un regalo? Abuelo no tenías porque.
 Abrasé fuertemente al abuelo, mi madre sonrió y se fue hacia el horno.
-Un momento, primero habrá que tomar la tarta-dijo mama sacando una enorme tarta de chocolate y con finas capas de Menta. Y en la parte de arriba ponía con menta: 16 años. Abrasé a mama  y a ambas se nos escaparon las lágrimas. Sentía que iba a explotar de felicidad y que tenía unas enormes ganas de sonreír. Ya que mi familia  una vez más, me demostraba que me querían.
Todos terminamos de desayunar y de tomar un trozo de tarta. Presentía que el fondo del pozo lo iba a encontrar muy pronto. El abuelo cogió una servilleta y se limpió el bigote ya que tenía trozos de chocolate, me reí como cuando mi abuelo me preguntaba si sabía cómo podía alegrarme. Entonces el abuelo se levantó de la silla y fue a su abrigo. Sacó una caja de color negro con un precioso lazo de color dorado. Colocó la cajita en la mesa y con la mano la arrastró hasta ponerla delante de mí.
-Esto es para ti pequeña-sonreí a mi abuelo con una extensa sonrisa de gratitud.
Cogí la cajita y tiré con mucho cuidado de uno de los lados del lazo dorado que mantenía la caja cerrada y ahí estaba, un colgante en forma de corazón de plata con una preciosa piedra de color azul en la esquina derecha y unas formas en su interior de color plateado. Observé el colgante como si mirara algo desconocido y entonces mis ojos se iluminaron. Y la imagen de un recuerdo llegó a mí cerebro.
-Es…es el de la leyenda.- el colgante que imaginaba tantas veces tener en mis manos estaba ahí y lo mejor era que me pertenecía.
-Si, bueno en verdad es más bien una imitación-dijo el abuelo encogiéndose de hombros. Como si de verdad existiera tal colgante.
Pero, una preocupación llego a mi mente. El abuelo no tenía dinero suficiente para permitir pagar aquel bonito colgante.
-Pero, ¿cómo…?
-Oh, no te preocupes un amigo me debía un favor-le sonreí de nuevo y le abrasé por segunda vez, pero esta vez con más fuerza. No paraba de mirar el colgante. Sin embargo a mi madre  no le hizo de mucho agrado el regalo. Pero solo era un collar.
 El día se me hizo demasiado corto, no me había reído tanto, ya que después de la muerte de mi padre mi casa se había entristecido. Y desde esa mañana la casa parecía tener incluso otro color. Sin embargo, parecía que aquella alegría pertenecía solo a mí y a mama, pues el abuelo estuvo demasiado callado, según él era debido a que se sentía demasiado cansado por salir tan temprano y con tanto frio que hacia fuera. El abuelo se fue a la cama más temprano que de costumbre ya que siempre esperaba que me fuera a dormir. Pero, esta vez se fue antes, pero cuando el abuelo ya se hubo acostado fui hasta la habitación. No podía dormirme sin el beso de buenas noches de. Llamé dos veces y el abuelo me dio permiso para entrar. Cerré los ojos al entrar en la habitación y aspiré dulcemente. Luego sonreí, cuánto me gustaba aquel olor. Me dirigí al abuelo que ya estaba acostado en la cama. Le besé en la frente y noté que estaba bastante caliente como para tener fiebre.
-Abuelo estas ardiendo-. Dije tocándole la frente al abuelo.
-Tranquila pequeña es por tantas mantas que me pone tu madre-la verdad es que tenía razón, mama le ponía demasiadas mantas.
  Salí de la habitación y me fui a la cabaña pero, no paraba de preguntarme si mi abuelo estaría bien. Me quedé dormida enseguida, pero al pasar unas horas unos resoplares de caballo me despertaron.  Abrí  los ojos con dificultad ya que estaba profundamente dormida, me asomé por la ventana que estaba empapada de frio, pasé la mano para quitar la humedad y vi unos caballos.
-¿Qué es lo que pasa?- dije  a la vez que cogía un abrigo de color turquesa. Abrí la puerta y se dirigí a la casa. La noche estaba helada, pero muy tranquila, y sin rastro de los aullidos del viento. Al abrir la puerta de la cocina vi que no había nadie. Escuché unas voces en el pasillo.  Me escondí en la pared que daba al pasillo.
-Doctor, ¿qué le pasa a mi padre?-El médico era un hombre mayor, no le quedaba apenas pelo en su cabellera y llevaba unas anteojos de media Luna. Todos los del pueblo lo llamaban Sr. Funeralis. Era viudo, debido a que su mujer murió en el parto de su hija Melisa. Pero ella ya estaba casada y el Sr. Funeralis era un maravilloso abuelo de una preciosa niña rubia. Era un hombre bastante frio, pero eso era normal en la profesión que tenia era más bien una cualidad, pero siempre daba los medicamentos a las familias que no podían permitírselo.
-Su padre tiene un pequeño resfriado, pero tranquila  si no sale de aquí y guarda cama se recuperara-  al escuchar lo que el doctor había dicho tuve el impulso de ir a abrazar a mi abuelo. Salí corriendo a la habitación.
-¡¡Abuelo!!-dije llorando y abrazándole.
-Hey, pequeña-me acaricio el pelo. Vale tal vez actué de forma exagerada. Pero, es que le quería demasiado.
-Bueno los dejos solos si quieren algo no duden en llamarme, Señora, Aelita, Caballero que pasen una buena noche-se despidió el Sr. Funerales.
-Gracias Sr. Funeralis. Y dele saludos a Melisa.- El Sr. Funeralis asintió. Luego se colocó su abrigo y los guantes negros. Y se dirigió a la salida en compañía de mama. Esta le cerró la puerta dándole las gracias al doctor una vez más.
-Aelita creo que deberías dejar al abuelo descansar- Me sequé las lágrimas y me fui a dormir a la cabaña. La inquietud por la preocupación sobre el estado del abuelo hizo que diera tres o cuatro vueltas en la cama, pero mis ojos se cerraron, con cierta dificultad, pero se cerraron.
 A la mañana siguiente me levanté más temprano de lo normal, antes de que el sol saliera y que el gallo cantara. Me coloqué mis botas negras y el abrigo negro. Me dirigí a la ventana de la cabaña, que estaba totalmente empañada del frio, y pasé la mano para ver como se presentaba el día. El viento estaba agitado debido a que los arboles ponían sus ramas hacia un mismo sentido. Me abotoné el abrigo y salí cubriéndome la boca. El frío me acaricio los pómulos, que no los tenía cubiertos por el chaquetón, y al igual que mis manos, pues me  había olvidado los guantes encima de la chimenea para que así se calentaran. Esa es una de mis “cualidades, el despiste”. Caminé con lentitud, pues el viento era bastante fuerte y quitaba las ganas de andar, aunque andar no era lo mío ni aunque hiciera buen tiempo. Se podía oír como las botas chirriaban debido a que eran más grandes que mis pies. Seguí caminando hasta llegar a la parte de atrás de la casa donde estaban las gallinas y mi querida vaca Margarita. Le puse ese nombre a la vaca con cierta malicia. Cuando tenía 7 años había una niña llamada Margarita, y se solía meter con los demás niños, pero sobre todo con migo, solía ser la diana de aquella niña. Y cuándo llegó el momento de ponerle un nombre a la vaca  pensé en ponerle Margarita, pero aquella vaca era como una mascota para mí, y el nombre no le hacía justicia. Pensaba en cambiárselo si me traían un asno o un porcino, pero a Margarita, la vaca, le gustaba su nombre.
 Abrí el pestillo de dónde estaban las gallinas, todas estaban aun durmiendo algo que  agradecí ya que me dan miedo las gallinas, con aquellos picos y esa forma de moverse…solo con pensarlo una sensación de repelús me recorre todo el cuerpo. Me acerqué al lugar dónde las gallinas ponían los huevos con mucho cuidado, y cogí 8 huevos, y me los guardé, con mucho cuidado, en los bolsillos. Salí despacio y cerré el pestillo. Suspiré de alivio al ver que las gallinas no se habían despertado, porque si lo hubieran hecho, a parte del grito de susto y la carrera que habría dado, se hubieran puesto a chismorrear a lo gallina y despertarían al abuelo y a  mama. Fui al granero que estaba al lado de las gallinas, la puerta era de metal. Abrí la puerta. Al tocar el metal mis manos se congelaron de dolor, pero seguí tirando hasta abrir la puerta lo suficiente como para que  pudiera entrar. Era un granero normal, había bolsas llenas de maíz para las gallinas y una parte estaba plantada de hierba para Margarita. La vaca estaba hay esperándome, parecía que ella también quería ayudar al abuelo. Cogí una cesta que había en el suelo al lado del maíz, y metí los huevos en ella, luego la deje en el suelo y cogí el cubo de metal que había en el suelo al lado de la otra cesta. Me dirigí hacia Margarita. Me senté en un pequeño banco de madera y coloque las manos en las ubres, la pobre Margarita gimió al contacto de sus ubres con mis heladas manos.
-Lo siento Margarita, se me han olvidados los guantes dentro- la vaca me respondió con un “Muuuu”. Pude sacar dos cubos de leche totalmente blanca. Me encantaba mirar lo blanca y perfecta que era la leche. Después saque unas margaritas, que solía guardar en la cabaña para dárselas a Margarita, y se las di. La vaca lo rumió felizmente mientras le hacía una caricia a aquella vaca. Cogí los dos cubos y los llevé corriendo a casa. Se me cayó un poco de leche por el camino, pero apenas se notó ya que los cubos estaban llenos hasta arriba. Abrí la puerta con la llave que estaba puesta en el macetero de un cactus que había fuera, y abrí la puerta. Dejé los cubos de leche encima de la mesa de la cocina y me fui de nuevo al granero por la cesta de huevos. Al volver cerré la puerta. Me asomé por el pasillo para comprobar que nadie se había despertado aun. Cogí la leche y la vertí en la tetera de metal y la calenté. Después cogí tres huevos y una tostada rociada de canela. El agua de la tetera empezó a hervir. Busqué en las estanterías algún Té de fruta para echarle a la leche. Cogí la cajita que tenía dibujada una fresa. Al abrirla el olor a fresa me entró por la nariz. Olía como a los caramelos de fresa. Un sabor dulcemente acido. Vertí unos polvitos en la leche y los removí, este empezó a cambiar del blanco al rosa pastel. Después rompí los tres huevos y los freí. Retiré la leche caliente con Té de fresa y lo vertí en una tetera blanca de flores azules. El chisporroteo de los huevos acompañado a su olor empezó a hacerme la boca agua. Cogí tres platos a juego con la tetera y puse en cada uno una tostada de canela. Y coloque un huevo en cada uno. Después puse dos tazas en la mesa con sus platos y la tetera en el centro. Cogí una bandeja de madera con unos grabados de flores negras. Y se lo llevé al abuelo que estaba despierto. Debido a que no dormía bien por la fiebre.
El abuelo me lo agradecía todas las mañanas y yo siempre le preguntaba después de desayunar si estaba bien y el abuelo siempre me contestaba que estaba bien, pero no era cierto aquello no era solo una gripe era algo mas, eran los años que le pesaban al abuelo y el ya no podía con ellos. Pero, el abuelo aguantaba como podía, pero al pasar dos meses la edad pudo con él.
 Mi madre y yo nos encontrábamos tranquilamente en el salón. Yo leía “Sueño de una noche de Verano” y mama cosía un jersey de lana amarillo al calor de la chimenea encendida y el sonido de las chispas que saltaban en la chimenea.  Escuchamos al abuelo toser, pero creyendo que era del catarro no hicimos demasiado caso. Pero, entonces escuchamos como algo pesado caía sobre el suelo. Me sobresalté debido al golpe. Miré a mi madre. Y ambas nos levantamos y fuimos hasta la habitación del abuelo.
-¡Abuelo! ¡Noooo!-dijo intentando levantarlo del suelo. Aquello era lo que había provocado el golpe. El abuelo había intentado levantarse para ir al servicio. Y por tal de no molestarnos lo había intentado él solo. Mi madre reaccionó después de unos segundos, ya que se quedó totalmente paralizada.  Ambas pudimos levantar al abuelo y colocarlo en la cama. Después de los 10 minutos más largos y de más lágrimas el abuelo recobró el sentido. El doctor ya había llegado y estaba comprobando su estado, una vez comprobado este nos cogió a ambas para explicarnos cuál era la situación. Mi corazón bombeaba con fuerza y mis lágrimas estaban siendo reprimidas para cuando llegara lo peor.
-El abuelo tiene ya sus años y su corazón no puede más… puede que este sea el  último año de su vida -el doctor se fue, pero esta vez sin la compañía de mama. No pudo acompañarlo ya que el dolor produjo que no pudiera razonar, después de unos segundos rompió a llorar en el pasillo. Entré en la habitación del abuelo. Observé a aquella persona que había sido un padre para mí. Tenía ya el cabello blanco abundante. Su bigote igual de blanco que el cabello y sus ojos eran tristes igual que los míos, solo que los suyos eran verdes acercándose al marrón.  Empecé a llorar en la cama dónde estaba el abuelo.
-¿Qué te pasa pequeña?-me dijo el abuelo con un tono de voz que indicaba la gravedad de su enfermedad.
-Abuelo no quiero que te vayas, por favor – pero, aquello hizo que llorara más. Agarré con fuerza la manta del  abuelo de lana de color azul marino con mis manos.
-Mi pequeña- decía el abuelo pasando la mano por mi cabello negro. El abuelo sonrió y dijo:-Pequeña -El abuelo comprobó que mama no estaba atenta a la conversación-¿puedes traerme una cosa?-miré a mi abuelo con los ojos aun llenos de lágrimas.
-Claro- dije secándome las lágrimas.
-¿Ves ese libro de color negro con letras doradas? Dámelo- le asentí y fui a la estantería que estaba en la pared de enfrente de la cama del abuelo y cogí el libro que estaba en la 3 estantería de las 5. Era un libro viejo, pero daba la sensación de que era un libro muy valioso e importante. Al cogerlo un poder mágico me invadió todo el cuerpo a la vez que una gran paz interior. Y la sensación de que era más fuerte me recorrió todas y cada una de las extremidades de mi cuerpo. Le quité un poco el polvo y se lo entregué al abuelo. No había nada escrito en la portada.
-Toma abuelo- dije entregándole el libro al abuelo.
 -Gracias pequeña- dijo el abuelo. Cogió el libro y se acomodó en la cama para poder leer el libro. Cogí la silla que estaba en el escritorio junto a la ventana y la puse al lado de la cama.
-¿Recuerdas la Leyenda que te contaba de pequeña?
-Si claro, pero nunca hoy el final.
-Pues ya es hora de que lo oigas y de que sepas la verdad.
-¿A qué verdad te refieres abuelo?- dije confusa.
-Veras pequeñas, la mujer del colgante solo podía sanar a una persona, pero si sanaba a dos quedaría atrapada en el colgante por medio de un hechizo. Sin embargo, nadie sabe cuál es el por qué quedas atrapado en el. Mi teoría es que al salvar a una persona con el colgante es como si una parte de ti se fuera con el que has salvado. Y al igual que una persona puede vivir con un riñón, se puede vivir con la mitad de esa energía, pero si salvas a dos el colgante es el que te mantiene vivo. Sin él los años se te suman-me quedé mirando la nada intentando procesar todo lo que me estaba diciendo.
-¿Pero qué tiene eso que ver con migo y lo de saber la verdad?-aquello no respondía a mi pregunta.
-Veras tu abuela consiguió ese colgante y quiso sanarme y lo consiguió-. Me quede con la boca abierta. La abuela, mi abuela ¡estaba viva! ¡Viva! No podía creérmelo. Escapé de aquel momento de sorpresa. Las palabras “el colgante es el que te mantiene vivo” se resaltaron en la explicación del abuelo.
-Pero el colgante te atrapa si sanas a dos…- el abuelo me explicó que le salvo a él. Entonces ¿Quién era la segunda persona?
-Sí, exacto, y esa era tu madre. –mis ojos se volvieron a poner como platos.-Era invierno y tu madre tenía dos años y tu abuela y yo fuimos a patinar al rio que estaba congelado, tu madre quiso ir a jugar, tu abuela me dijo que no la dejara que podía ser peligroso, pero yo le dije: <<¿que podría pasar?>>. Entonces uno de los bloques de hielo se rompió y tu madre cayó al agua, tu abuela y yo corrimos a salvarla, pero no la veíamos, se había hundido. Tu abuela empezó a llorar a medida que tocaba el colgante. Conseguí sacar a tu madre, pero cuanto más recuperaba el sentido tu abuela se desvanecía hasta desaparecer por completo.  
-¿Y el colgante?-pregunté. Aun no me lo podía creer. Me sentía como en un sueño.
-Se desvaneció junto con ella-dijo el abuelo agachando la cabeza de forma entristecida.
Me quedé en silencio y sin poder creer que la leyenda era verdad y que la protagonista era mi abuela. Después de pensar en los últimos sucesos dije: -entonces esto quiere decir que la abuela puede estar aun viva.
-Si, pero está atrapada en el colgante, en Lycaena, pero yo ya soy demasiado viejo y es muy peligroso-agaché la cabeza. Pero la solución llegó a mi mente.
-Iré y yo rescatare a la abuela.
-Pequeña no puedes ir es demasiado peligroso y además necesitaras que te entrenen para luchar, hay muchos peligros en el camino, yo entrené a tú abuela.
-Pues entréname tu abuelo.
El solo pensar en el con espadas y lanzas me emocionaba.
-Jejeje, ojala, pero yo ya soy muy viejo y ni siquiera puedo levantarme, pero puede que haya alguien que pueda…- el abuelo se quedo pensativo. Al ver que el abuelo no me decía nada más, pregunte:
-¿Quien?-dije totalmente intrigada.
-Se llama Vinco Minor es joven, pero un gran luchador el podría ayudarte e incluso acompañarte.
-De acuerdo lo hare, iré a casa de ese tal Vinco Minor.
-Debes ir mañana antes del amanecer, pero llévate esto, tu abuela lo llevó en su viaje, pero de forma distinta…- dijo el abuelo abriendo el segundo cajón de su mesita de noche, sacando una especie de amuleto en forma de hada. Lo cogí, y aquella sensación de poder, como la que tuve al coger el libro, se volvió a repetir.
-¿A qué te refieres con lo de una forma distinta?- dije sin quitar la vista de aquella preciosa hada.
-Pues a que estaba viva, pero yo no he podido despertarla-miré a la hadita y pensé en lo hermosa que debía de ser cuando no estaba petrificada.
 Cogí el amuleto y me lo guarde en el bolsillo derecho. Besé a mi abuelo en la frente, cogí el libro, le dije a mi abuelo adiós y me fui a la cabaña.
Hacía bastante frio aquella noche. Así que entre mucho más deprisa de lo normal en la cabaña. Me arropé e intente dormir, pero no podía. Solo podía pensar en cómo sería mi abuela y el tal Vinco Minor. La curiosidad me consumía. Así que decidí leer el libro. Me levanté y fui a la mesa del escritorio y encendí una de las velas de olor a vainilla. Cuando lo abrí por la primera página había una carta de color malva y olor a rosas. Pude reconocer enseguida la letra del abuelo.
-Es del abuelo-me dispuse a leerla.

Mi querida Cristal, cuantas veces suspiro por poder verte y cuantas parece que lo hago, pero luego me doy cuenta de que es mi simple imaginación. La vida nos regalo una hermosa hija y ahora una nieta, si vieras lo que se parece a ti. Tiene tu alegría y tus ganas de vivir y la belleza. Hay veces que me gustaría estar a tu lado, pero no puedo porque ellas me necesitan. Aunque esta carta no llegue a ti quiero que sepas que te quiero, y que tu historia está aquí en cada una de las páginas que he escrito, pero tus recuerdos quedaran sellados en mi corazón.
Te ama Graham.      

Me llevé la carta al corazón y  las ganas que tenia de encontrar a mi abuela se hicieran aun más intensas. Pero, se me olvido un pequeño detalle: mi madre. Ella jamás me dejaría marcharme, pero si me iba antes del amanecer tal vez tendría alguna posibilidad. Una vez haberlo pensado cogí mis zapatos de color verde aceituna y un vestido verde otoñal con bordados dorados y negros. Y me lo puse.  Luego cogí una bolsa de tela verde e introduje el libro, la hadita, el libro y la carta del abuelo. Cuando ya lo tenía todo preparado llegó a mi mente otro problema.  ¿Cómo iba a llegar hasta casa de Vinco Minor? Estaba demasiado lejos para ir andando.
-¿Cómo voy a llegar?- nada mas pronunciar estas palabras la bolsa  empezó a brillar. Abrí la bolsa y vi como el libro se iluminaba. Lo cogí y al abrirlo  el libro se abrió solo por la pagina 27.  Miré el libro con los ojos como platos.  Lo cerré y lo volví a abrir el libro, parecía que el libro solo se abriera por la página 27, pues era el único lado por donde se abría, lo volví a cerrar y luego abrir, cerrar, abrir, cerrar, abrir. Hasta que una voz dentro de mí me dijo que estaba perdiendo el tiempo con tanto abrir y cerrar.  Leí lo que la página 27 decía:         

Viajar entre las nubes, con alas blancas.
Necesito que vengas y me traigas.
Al pronunciar estas palabras un fuerte trueno rompió la tranquilidad de aquella noche.  Di un sobresalto. Un increíble calor me recorrió el cuerpo, pero luego pareció tornarse al frío, aun así seguía asustada. La noche pareció otra vez quedar en silencio. Salí fuera. Un fuerte viento azotó el cielo y este empezó a abrirse. Alcé la vista y observé como empezaba a abrirse poco a poco. En medio del cielo apareció un hermoso caballo blanco alado. Este se posó en el suelo.
-Dios mío, es un Pegaso-dije con la boca abierta. No podía creérmelo. Existían de verdad.
-En verdad me llamo Penumbra-dijo el Pegaso con una voz femenina.
-Anda si habla- y al pronunciar estas palabras me desmayé y mis ojos se cerraron teniendo como última imagen a Penumbra. Después de haber pasado unos pocos minutos me desperté. Me levanté con bastante dificultad y haciendo gestos de dolor de cabeza. Y creyendo que todo había sido un sueño. Pero estaba fuera.
-¡Au! Me duele la cabeza, me he debido de caer y he tenido un extraño sueño…-no pude seguir debido a que vi de nuevo a aquel hermoso Pegaso blanco.
-¿Seguro que ha sido un sueño?- dijo penumbra saliendo de entre los arbustos.
-¡Oh Dios mío eres real!
-Y tú también y no por eso me desmallo y hablando del tema se puede saber ¿Por qué te has desmallado?
-Es que impresiona mucho tu presencia y jamás pude creer que podría ver uno de verdad…creía que os habíais extinguido- pero, lo que más me impresionaba era que aquel Pegaso hablaba sin mover los labios. Sin embargo, podía oírla.
-Eso es lo que cree todo el mundo, pero si no fingíamos habernos extinguido habría miles de niños o de peces gordos locos por cazarnos. Y por cierto me llamo Penumbra. Pero bueno lo importante es; ¿Por qué me has llamado?-la verdad es que tenía sentido, pues habría sido uno de esos niños que se morirían por tener un Pegaso.
-Es verdad con tanta novedad se me había olvidado, veras necesito que me lleves a casa de Vinco Minor, el debe ayudarme a llegar a Lycaena.
 -¿A Lycaena?- dijo Penumbra asustada. Y moviéndose hacia atrás.
-Sí, ¿hay algún problema?- dije frunciendo el ceño. ¿A qué venía esa reacción?
-Pues claro que lo hay, Lycaena está lejos y además si se entera…-dijo dejando la última frase incompleta. Como si temiera lo que iba a decir.
-¿Si se entera…?- pregunté intentando que Penumbra completara la frase que había dejado sin acabar.
-Nadie, lo siento no puedo llevarte es imposible y por no decir peligroso- Penumbra se dispuso a coger vuelo. Vi todas mis esperanzas irse. No podía dejarla marchar. Si se iba mi abuelo moriría y eso no lo permitiría. Me arrastraría si era necesario.
-No por favor, tú no lo entiendes si no vamos mi abuelo morirá- Penumbra me miró. Agachó la cabeza y resopló.
-Está bien-dijo Penumbra con un tono que indicaba que se rendía.
-Gracias- dije abrazándola. Ella se quitó en seguida de mis brazos y luego murmuró algo entre dientes. Creo que dijo:<<niña cabezota>>pero, no le di importancia.
- Anda vamos sube-mis ojos se pusieron como platos.
-¿Donde?, encima de ti.
-No, encima del árbol, pues claro que encima- Penumbra hizo un gesto de desesperación. Agarré el hermoso cabello de penumbra y puse el pie, de forma insegura, izquierdo en el ala izquierda y esta me impulsó hasta quedarme sentada. Sonreí al ver que lo había conseguido.
-¿Estás bien?
-Si, pero nunca he montado a pelo de un caballo, bueno en este caso en un Pegaso-le expliqué. Sabía montar a caballo. Pero, las riendas eran lo que me ayudaban a no caerme.
-Mira que sois cómodos los humanos. Lo necesitáis todo…pero está bien- Penumbra cerró los ojos con suavidad y de los lados de la boca salieron dos hermosas flores doradas donde brotaron unas finas y delicadas ramas verdes para que  pudiera sujetarme.
-¿Ya estas contenta?-dijo con un tono de voz que expresaba su impaciencia.
-Si-dije con la boca abierta. Me había quedado con la boca abierta casi 4 o 5 veces. Me estaba pensando en no volver a cerrar la boca, pues presentía que tarde o temprano me volverían a dejar con la boca abierta.
-Pues entonces vamos.
-Espera no te he dicho donde es…-
- Tranquila un Pegaso lo sabe todo-.
Penumbra empezó a andar, luego empezó a galopar, cada vez más veloz. El viento helado de aquella noche se fue transformando al calor producido por la adrenalina de la emoción con una pequeña brisita fría. Era increíble sentir el viento en el rostro. Escuchar el sonido de las herraduras de Penumbra al pisar el suelo. La suavidad de las alas de Penumbra, que acariciaban mi piel. Haciéndome cosquillas. Mi cara debía estaba llena de maravilla. Pero, cambio cuando miré hacia delante y vi como nos dirigíamos hacia un precipicio.
-Penumbra hay…hay un precipicio-dije de forma nerviosa.
-Lo sé- Mis ojos se pusieron como platos al escuchar su respuesta tan poco preocupante.  Empecé a gritar y penumbra corría más y más hasta llegar al precipicio y dejarse caer. Deje de gritar y para que el silencio me invadiera. Por muy raro que parezca deje que la dulzura del viento me tranquilizara como si este me hablara. Después de unos segundos  escuché el aleteo de unas alas. Sin darme cuenta  Penumbra ya estaba en el aire. Todo era diferente desde allí arriba. La noche era más bonita y mas mágica y estábamos tan cerca del cielo que casi parecía que pudiéramos tocarlo. Me sentía tranquila y no paraba de pensar en lo que disfrutaría el abuelo estando en mi lugar.  Empecé a notar que cada vez íbamos más lento. Hasta quedarnos quieta y escuchar solo el abatir de las alas de Penumbra. Observé las alas de Penumbra. Cada vez que las abatía una especie de estrellita pequeña  salía de cada abatir, hasta que empezó a abatirlas con fuerza y salían mas y mas.  A medida que salían se unían formando a los pies de Penumbra una especie de nube en luz. Estaba totalmente maravillada con lo que veía. Eran realmente mágicas.
-¿Qué son?- dije mirando la plataforma de aquellas estrellitas tan maravillosa donde estaba posada Penumbra.
-Son luciérnagas, nos mostraran el camino.
-Creía que un Pegaso lo sabía todo- dije inclinándome hacia los ojos de Penumbra para ver su reacción.
-Bueno si lo sabemos todo, pero…ahora no tenemos tiempo- dijo Penumbra intentando excusarse.
Aun no podía creerme que estaban encima de tantas luciérnagas, pero lo que iba a ver a continuación era menos creíble y sobre todo muchísimo más mágico........¿Quieres más?