Un gran desayuno
Era una mañana de esas en las que abres la ventana y el viento frio te acaricia la cara y no oyes nada salvo el tranquilo murmullo del silencio y el canto de algún que otro gorrión. Me levanté muy temprano, como siempre, pero aquella mañana iba a ser diferente. Me dispuse a ir a ordeñar e ir a comprar pan y si había suerte a ver si alguna gallina había puesto algún huevo. Pero antes iba a la habitación del abuelo para verlo y avisarle de que el desayuno estaría listo en unos pocos minutos. El abuelo dormía en mi habitación desde que este empezó a resfriarse con demasiada frecuencia, le cambie la habitación. Así que yo dormía en la cabaña que estaba fuera. Aunque era más pequeña que mi habitación me gustaba. Ya que olía a Menta, debido a que el abuelo la masticaba en sus ratos libre. A veces me parecía que el abuelo estaba allí, debido a lo impregnada que estaba la habitación a Menta.
Llamé a la habitación dos veces y nadie contestaba así que abrí la puerta con mucho cuidado para no hacer demasiado ruido y así no despertara muy bruscamente al abuelo, pero para mi sorpresa el abuelo no estaba. La habitación estaba desolada, la cama estaba hecha, pero no por el abuelo sino por mama. Lo supe porque mama siempre colocaba unas ramas de mentas después de hacer la cama por qué sabía que le encantaba al abuelo, pero mama se despertaba después de mí siempre. Aquello no tenía sentido. Tampoco estaba las botas que el abuelo solía usar para salir y su abrigo tampoco. Me preguntaba dónde estaba el abuelo, entonces escuché un ruido que provenía de la cocina. Cerré la puerta con mucho cuidado para no hacer mucho ruido. La habitación de mama, que era la que estaba en la pared derecha del pasillo, estaba abierta. Me asomé y comprobé que la cama también estaba hecha.
“¿Me abre quedado dormida?” Pensé. Pero cuando mire hacia la ventana de la habitación de mi madre observé que estaba equivocada, aun ni si quiera había amanecido. Parecía de noche aun. Debían de ser las siete como mucho. Escuché otro ruido que provenía de la cocina. Fui directa a la cocina y cuanto más me acercaba un olor a pan tostado con huevos y beicon me impregnaba en la nariz y mi estomago empezaba a rugir. Pensaba que era uno de esos típicos sueños que cuando estabas a punto de comer lo que sueñas te despiertas, pero sí lo era no quería despertar. Al llegar a la cocina vi a mama sirviendo el zumo de naranja en tres tazas de color blanco con dibujos de flores de color azul, después las colocó en la mesa y cogió tres platos blancos también con dibujos de flores color azul. Entonces vi los huevos y el beicon recién hechos, y descubrí que no era un sueño, todo estaba ahí y era de verdad. Los miré llena de ilusión y hambre por supuesto.
-Mama, ¿qué es todo esto?- dije sentándome en la segunda butaca, de las cuatro que había en la parte izquierda, sin quitarle la vista ni un solo segundo al beicon, a las tostadas y a los huevos.
-Pues es beicon, huevos y tostadas- dijo sacando las tostadas del horno y en un despiste metió otra cosa en el horno.
-No eso ya lo sé, pero ¿De dónde lo has sacado?
-La Sra. Arethusa nos ha regalado unas piezas de su cerdo y yo me he levantado para ir a coger leche y nuestras gallinas han puesto huevos.
La Sra. Arethusa era la carnicera, era una mujer grande, y no lo digo solo porque tenía un gran corazón sino porque no llegaba a ponerse el delantal. Solía vender mucho ya que su carne era bastante buena. Cada lunes solía decir que empezaba su régimen, pero luego picaba lo que le ofrecía a sus clientes como degustación. Tenía dos hijos, una niña de 10 años llamada Lucinda y un niño de 8 llamado Quique.
Al terminar de explicar de dónde había sacado cada cosa. Fue al horno a mirar cómo iba lo que estaba cocinando. Miré a mi madre con curiosidad. ¿Qué estaría tramando?
-Mama, ¿que estas cocinando?- dio un sobresalto ocultando el horno para que yo no viera nada.
-Nada, ¿porque no empiezas a comer tesoro?
Le dediqué una ancha sonrisa. Iba a ser obediente.
Cogí el cuchillo y el tenedor. Corté un pequeño trozo de beicon con mucha delicadeza, lo conduje a la boca cerré los ojos e hice un gesto de satisfacción. El beicon crujía, estaba tal y como a mí me gusta, crujiente. El sabor recorrió todo mi paladar. Cogí un trozo de tostada y lo mojé en la yema del huevo. El huevo estaba igual de bueno que el beicon.
-Mmm- mama se echó a reír. Tal vez porque parecía no haber comido en semanas. Cosa que no era así pues mi madre decía que era un pozo sin fondo. Y gracias a dios que era delgada, pero no demasiado. Mi estructura era normal.
Aelita miré a mi madre y no pude resistir el echarme a reír. Después de un poco de zumo de naranja y más risas pregunté por el abuelo, estaba tan perdida en el beicon que se me había olvidado.
-Pues no sé, se fue esta mañana y no ha vuelto-dijo mama mirando de nuevo el horno. Todo estaba en silencio solo se escuchaba el sonido que hacia el cuchillo y el tenedor al cortar el beicon. Entonces se escucharon unos golpes en la puerta, pero yo estaba también con mi beicon que ni me moleste en abrir. Así que mama abrió la puerta. Era el abuelo aunque mama al principio no lo reconoció, debido a la cantidad de abrigos que llevaba encima, sino hubiera sido por su olor a menta.
-Hola, vaya habéis empezado sin mi- dijo el abuelo mientras colocaba los abrigos en la percha que había justo detrás de la puerta.
-Lo siento abuelo es que…-dije tapándome la boca debido a que tenia la boca llena de beicon.
-.No pasa nada pequeña. Bueno no tan pequeña, ya que hoy es tu cumpleaños-decía el abuelo acariciándome el pelo. Me quede unos segundos pensando. ¿Qué fecha era…?16 de Marzo. Era mi cumpleaños y yo era la última que se había enterado. Menos mal que yo no me tenía que regalar nada. Si no me hubiera echado de la fiesta yo misma.
-¡Oh! Es verdad lo había olvidado, bueno que mas da es un año más-dije intentando quitarle importancia pues sabía que si mostraba demasiada emoción les entristecería a ambos. Pues, las cosas no estaban para hacer regalos. No había suficiente dinero.
-Entonces si no te importa no querrás tu regalo.-Dijo el abuelo sobreactuando. Miré al abuelo con cara de sorpresa.
-¿Un regalo? Abuelo no tenías porque.
Abrasé fuertemente al abuelo, mi madre sonrió y se fue hacia el horno.
-Un momento, primero habrá que tomar la tarta-dijo mama sacando una enorme tarta de chocolate y con finas capas de Menta. Y en la parte de arriba ponía con menta: 16 años. Abrasé a mama y a ambas se nos escaparon las lágrimas. Sentía que iba a explotar de felicidad y que tenía unas enormes ganas de sonreír. Ya que mi familia una vez más, me demostraba que me querían.
Todos terminamos de desayunar y de tomar un trozo de tarta. Presentía que el fondo del pozo lo iba a encontrar muy pronto. El abuelo cogió una servilleta y se limpió el bigote ya que tenía trozos de chocolate, me reí como cuando mi abuelo me preguntaba si sabía cómo podía alegrarme. Entonces el abuelo se levantó de la silla y fue a su abrigo. Sacó una caja de color negro con un precioso lazo de color dorado. Colocó la cajita en la mesa y con la mano la arrastró hasta ponerla delante de mí.
-Esto es para ti pequeña-sonreí a mi abuelo con una extensa sonrisa de gratitud.
Cogí la cajita y tiré con mucho cuidado de uno de los lados del lazo dorado que mantenía la caja cerrada y ahí estaba, un colgante en forma de corazón de plata con una preciosa piedra de color azul en la esquina derecha y unas formas en su interior de color plateado. Observé el colgante como si mirara algo desconocido y entonces mis ojos se iluminaron. Y la imagen de un recuerdo llegó a mí cerebro.
-Es…es el de la leyenda.- el colgante que imaginaba tantas veces tener en mis manos estaba ahí y lo mejor era que me pertenecía.
-Si, bueno en verdad es más bien una imitación-dijo el abuelo encogiéndose de hombros. Como si de verdad existiera tal colgante.
Pero, una preocupación llego a mi mente. El abuelo no tenía dinero suficiente para permitir pagar aquel bonito colgante.
-Pero, ¿cómo…?
-Oh, no te preocupes un amigo me debía un favor-le sonreí de nuevo y le abrasé por segunda vez, pero esta vez con más fuerza. No paraba de mirar el colgante. Sin embargo a mi madre no le hizo de mucho agrado el regalo. Pero solo era un collar.
El día se me hizo demasiado corto, no me había reído tanto, ya que después de la muerte de mi padre mi casa se había entristecido. Y desde esa mañana la casa parecía tener incluso otro color. Sin embargo, parecía que aquella alegría pertenecía solo a mí y a mama, pues el abuelo estuvo demasiado callado, según él era debido a que se sentía demasiado cansado por salir tan temprano y con tanto frio que hacia fuera. El abuelo se fue a la cama más temprano que de costumbre ya que siempre esperaba que me fuera a dormir. Pero, esta vez se fue antes, pero cuando el abuelo ya se hubo acostado fui hasta la habitación. No podía dormirme sin el beso de buenas noches de. Llamé dos veces y el abuelo me dio permiso para entrar. Cerré los ojos al entrar en la habitación y aspiré dulcemente. Luego sonreí, cuánto me gustaba aquel olor. Me dirigí al abuelo que ya estaba acostado en la cama. Le besé en la frente y noté que estaba bastante caliente como para tener fiebre.
-Abuelo estas ardiendo-. Dije tocándole la frente al abuelo.
-Tranquila pequeña es por tantas mantas que me pone tu madre-la verdad es que tenía razón, mama le ponía demasiadas mantas.
Salí de la habitación y me fui a la cabaña pero, no paraba de preguntarme si mi abuelo estaría bien. Me quedé dormida enseguida, pero al pasar unas horas unos resoplares de caballo me despertaron. Abrí los ojos con dificultad ya que estaba profundamente dormida, me asomé por la ventana que estaba empapada de frio, pasé la mano para quitar la humedad y vi unos caballos.
-¿Qué es lo que pasa?- dije a la vez que cogía un abrigo de color turquesa. Abrí la puerta y se dirigí a la casa. La noche estaba helada, pero muy tranquila, y sin rastro de los aullidos del viento. Al abrir la puerta de la cocina vi que no había nadie. Escuché unas voces en el pasillo. Me escondí en la pared que daba al pasillo.
-Doctor, ¿qué le pasa a mi padre?-El médico era un hombre mayor, no le quedaba apenas pelo en su cabellera y llevaba unas anteojos de media Luna. Todos los del pueblo lo llamaban Sr. Funeralis. Era viudo, debido a que su mujer murió en el parto de su hija Melisa. Pero ella ya estaba casada y el Sr. Funeralis era un maravilloso abuelo de una preciosa niña rubia. Era un hombre bastante frio, pero eso era normal en la profesión que tenia era más bien una cualidad, pero siempre daba los medicamentos a las familias que no podían permitírselo.
-Su padre tiene un pequeño resfriado, pero tranquila si no sale de aquí y guarda cama se recuperara- al escuchar lo que el doctor había dicho tuve el impulso de ir a abrazar a mi abuelo. Salí corriendo a la habitación.
-¡¡Abuelo!!-dije llorando y abrazándole.
-Hey, pequeña-me acaricio el pelo. Vale tal vez actué de forma exagerada. Pero, es que le quería demasiado.
-Bueno los dejos solos si quieren algo no duden en llamarme, Señora, Aelita, Caballero que pasen una buena noche-se despidió el Sr. Funerales.
-Gracias Sr. Funeralis. Y dele saludos a Melisa.- El Sr. Funeralis asintió. Luego se colocó su abrigo y los guantes negros. Y se dirigió a la salida en compañía de mama. Esta le cerró la puerta dándole las gracias al doctor una vez más.
-Aelita creo que deberías dejar al abuelo descansar- Me sequé las lágrimas y me fui a dormir a la cabaña. La inquietud por la preocupación sobre el estado del abuelo hizo que diera tres o cuatro vueltas en la cama, pero mis ojos se cerraron, con cierta dificultad, pero se cerraron.
A la mañana siguiente me levanté más temprano de lo normal, antes de que el sol saliera y que el gallo cantara. Me coloqué mis botas negras y el abrigo negro. Me dirigí a la ventana de la cabaña, que estaba totalmente empañada del frio, y pasé la mano para ver como se presentaba el día. El viento estaba agitado debido a que los arboles ponían sus ramas hacia un mismo sentido. Me abotoné el abrigo y salí cubriéndome la boca. El frío me acaricio los pómulos, que no los tenía cubiertos por el chaquetón, y al igual que mis manos, pues me había olvidado los guantes encima de la chimenea para que así se calentaran. Esa es una de mis “cualidades, el despiste”. Caminé con lentitud, pues el viento era bastante fuerte y quitaba las ganas de andar, aunque andar no era lo mío ni aunque hiciera buen tiempo. Se podía oír como las botas chirriaban debido a que eran más grandes que mis pies. Seguí caminando hasta llegar a la parte de atrás de la casa donde estaban las gallinas y mi querida vaca Margarita. Le puse ese nombre a la vaca con cierta malicia. Cuando tenía 7 años había una niña llamada Margarita, y se solía meter con los demás niños, pero sobre todo con migo, solía ser la diana de aquella niña. Y cuándo llegó el momento de ponerle un nombre a la vaca pensé en ponerle Margarita, pero aquella vaca era como una mascota para mí, y el nombre no le hacía justicia. Pensaba en cambiárselo si me traían un asno o un porcino, pero a Margarita, la vaca, le gustaba su nombre.
Abrí el pestillo de dónde estaban las gallinas, todas estaban aun durmiendo algo que agradecí ya que me dan miedo las gallinas, con aquellos picos y esa forma de moverse…solo con pensarlo una sensación de repelús me recorre todo el cuerpo. Me acerqué al lugar dónde las gallinas ponían los huevos con mucho cuidado, y cogí 8 huevos, y me los guardé, con mucho cuidado, en los bolsillos. Salí despacio y cerré el pestillo. Suspiré de alivio al ver que las gallinas no se habían despertado, porque si lo hubieran hecho, a parte del grito de susto y la carrera que habría dado, se hubieran puesto a chismorrear a lo gallina y despertarían al abuelo y a mama. Fui al granero que estaba al lado de las gallinas, la puerta era de metal. Abrí la puerta. Al tocar el metal mis manos se congelaron de dolor, pero seguí tirando hasta abrir la puerta lo suficiente como para que pudiera entrar. Era un granero normal, había bolsas llenas de maíz para las gallinas y una parte estaba plantada de hierba para Margarita. La vaca estaba hay esperándome, parecía que ella también quería ayudar al abuelo. Cogí una cesta que había en el suelo al lado del maíz, y metí los huevos en ella, luego la deje en el suelo y cogí el cubo de metal que había en el suelo al lado de la otra cesta. Me dirigí hacia Margarita. Me senté en un pequeño banco de madera y coloque las manos en las ubres, la pobre Margarita gimió al contacto de sus ubres con mis heladas manos.
-Lo siento Margarita, se me han olvidados los guantes dentro- la vaca me respondió con un “Muuuu”. Pude sacar dos cubos de leche totalmente blanca. Me encantaba mirar lo blanca y perfecta que era la leche. Después saque unas margaritas, que solía guardar en la cabaña para dárselas a Margarita, y se las di. La vaca lo rumió felizmente mientras le hacía una caricia a aquella vaca. Cogí los dos cubos y los llevé corriendo a casa. Se me cayó un poco de leche por el camino, pero apenas se notó ya que los cubos estaban llenos hasta arriba. Abrí la puerta con la llave que estaba puesta en el macetero de un cactus que había fuera, y abrí la puerta. Dejé los cubos de leche encima de la mesa de la cocina y me fui de nuevo al granero por la cesta de huevos. Al volver cerré la puerta. Me asomé por el pasillo para comprobar que nadie se había despertado aun. Cogí la leche y la vertí en la tetera de metal y la calenté. Después cogí tres huevos y una tostada rociada de canela. El agua de la tetera empezó a hervir. Busqué en las estanterías algún Té de fruta para echarle a la leche. Cogí la cajita que tenía dibujada una fresa. Al abrirla el olor a fresa me entró por la nariz. Olía como a los caramelos de fresa. Un sabor dulcemente acido. Vertí unos polvitos en la leche y los removí, este empezó a cambiar del blanco al rosa pastel. Después rompí los tres huevos y los freí. Retiré la leche caliente con Té de fresa y lo vertí en una tetera blanca de flores azules. El chisporroteo de los huevos acompañado a su olor empezó a hacerme la boca agua. Cogí tres platos a juego con la tetera y puse en cada uno una tostada de canela. Y coloque un huevo en cada uno. Después puse dos tazas en la mesa con sus platos y la tetera en el centro. Cogí una bandeja de madera con unos grabados de flores negras. Y se lo llevé al abuelo que estaba despierto. Debido a que no dormía bien por la fiebre.
El abuelo me lo agradecía todas las mañanas y yo siempre le preguntaba después de desayunar si estaba bien y el abuelo siempre me contestaba que estaba bien, pero no era cierto aquello no era solo una gripe era algo mas, eran los años que le pesaban al abuelo y el ya no podía con ellos. Pero, el abuelo aguantaba como podía, pero al pasar dos meses la edad pudo con él.
Mi madre y yo nos encontrábamos tranquilamente en el salón. Yo leía “Sueño de una noche de Verano” y mama cosía un jersey de lana amarillo al calor de la chimenea encendida y el sonido de las chispas que saltaban en la chimenea. Escuchamos al abuelo toser, pero creyendo que era del catarro no hicimos demasiado caso. Pero, entonces escuchamos como algo pesado caía sobre el suelo. Me sobresalté debido al golpe. Miré a mi madre. Y ambas nos levantamos y fuimos hasta la habitación del abuelo.
-¡Abuelo! ¡Noooo!-dijo intentando levantarlo del suelo. Aquello era lo que había provocado el golpe. El abuelo había intentado levantarse para ir al servicio. Y por tal de no molestarnos lo había intentado él solo. Mi madre reaccionó después de unos segundos, ya que se quedó totalmente paralizada. Ambas pudimos levantar al abuelo y colocarlo en la cama. Después de los 10 minutos más largos y de más lágrimas el abuelo recobró el sentido. El doctor ya había llegado y estaba comprobando su estado, una vez comprobado este nos cogió a ambas para explicarnos cuál era la situación. Mi corazón bombeaba con fuerza y mis lágrimas estaban siendo reprimidas para cuando llegara lo peor.
-El abuelo tiene ya sus años y su corazón no puede más… puede que este sea el último año de su vida -el doctor se fue, pero esta vez sin la compañía de mama. No pudo acompañarlo ya que el dolor produjo que no pudiera razonar, después de unos segundos rompió a llorar en el pasillo. Entré en la habitación del abuelo. Observé a aquella persona que había sido un padre para mí. Tenía ya el cabello blanco abundante. Su bigote igual de blanco que el cabello y sus ojos eran tristes igual que los míos, solo que los suyos eran verdes acercándose al marrón. Empecé a llorar en la cama dónde estaba el abuelo.
-¿Qué te pasa pequeña?-me dijo el abuelo con un tono de voz que indicaba la gravedad de su enfermedad.
-Abuelo no quiero que te vayas, por favor – pero, aquello hizo que llorara más. Agarré con fuerza la manta del abuelo de lana de color azul marino con mis manos.
-Mi pequeña- decía el abuelo pasando la mano por mi cabello negro. El abuelo sonrió y dijo:-Pequeña -El abuelo comprobó que mama no estaba atenta a la conversación-¿puedes traerme una cosa?-miré a mi abuelo con los ojos aun llenos de lágrimas.
-Claro- dije secándome las lágrimas.
-¿Ves ese libro de color negro con letras doradas? Dámelo- le asentí y fui a la estantería que estaba en la pared de enfrente de la cama del abuelo y cogí el libro que estaba en la 3 estantería de las 5. Era un libro viejo, pero daba la sensación de que era un libro muy valioso e importante. Al cogerlo un poder mágico me invadió todo el cuerpo a la vez que una gran paz interior. Y la sensación de que era más fuerte me recorrió todas y cada una de las extremidades de mi cuerpo. Le quité un poco el polvo y se lo entregué al abuelo. No había nada escrito en la portada.
-Toma abuelo- dije entregándole el libro al abuelo.
-Gracias pequeña- dijo el abuelo. Cogió el libro y se acomodó en la cama para poder leer el libro. Cogí la silla que estaba en el escritorio junto a la ventana y la puse al lado de la cama.
-¿Recuerdas la Leyenda que te contaba de pequeña?
-Si claro, pero nunca hoy el final.
-Pues ya es hora de que lo oigas y de que sepas la verdad.
-¿A qué verdad te refieres abuelo?- dije confusa.
-Veras pequeñas, la mujer del colgante solo podía sanar a una persona, pero si sanaba a dos quedaría atrapada en el colgante por medio de un hechizo. Sin embargo, nadie sabe cuál es el por qué quedas atrapado en el. Mi teoría es que al salvar a una persona con el colgante es como si una parte de ti se fuera con el que has salvado. Y al igual que una persona puede vivir con un riñón, se puede vivir con la mitad de esa energía, pero si salvas a dos el colgante es el que te mantiene vivo. Sin él los años se te suman-me quedé mirando la nada intentando procesar todo lo que me estaba diciendo.
-¿Pero qué tiene eso que ver con migo y lo de saber la verdad?-aquello no respondía a mi pregunta.
-Veras tu abuela consiguió ese colgante y quiso sanarme y lo consiguió-. Me quede con la boca abierta. La abuela, mi abuela ¡estaba viva! ¡Viva! No podía creérmelo. Escapé de aquel momento de sorpresa. Las palabras “el colgante es el que te mantiene vivo” se resaltaron en la explicación del abuelo.
-Pero el colgante te atrapa si sanas a dos…- el abuelo me explicó que le salvo a él. Entonces ¿Quién era la segunda persona?
-Sí, exacto, y esa era tu madre. –mis ojos se volvieron a poner como platos.-Era invierno y tu madre tenía dos años y tu abuela y yo fuimos a patinar al rio que estaba congelado, tu madre quiso ir a jugar, tu abuela me dijo que no la dejara que podía ser peligroso, pero yo le dije: <<¿que podría pasar?>>. Entonces uno de los bloques de hielo se rompió y tu madre cayó al agua, tu abuela y yo corrimos a salvarla, pero no la veíamos, se había hundido. Tu abuela empezó a llorar a medida que tocaba el colgante. Conseguí sacar a tu madre, pero cuanto más recuperaba el sentido tu abuela se desvanecía hasta desaparecer por completo.
-¿Y el colgante?-pregunté. Aun no me lo podía creer. Me sentía como en un sueño.
-Se desvaneció junto con ella-dijo el abuelo agachando la cabeza de forma entristecida.
Me quedé en silencio y sin poder creer que la leyenda era verdad y que la protagonista era mi abuela. Después de pensar en los últimos sucesos dije: -entonces esto quiere decir que la abuela puede estar aun viva.
-Si, pero está atrapada en el colgante, en Lycaena, pero yo ya soy demasiado viejo y es muy peligroso-agaché la cabeza. Pero la solución llegó a mi mente.
-Iré y yo rescatare a la abuela.
-Pequeña no puedes ir es demasiado peligroso y además necesitaras que te entrenen para luchar, hay muchos peligros en el camino, yo entrené a tú abuela.
-Pues entréname tu abuelo.
El solo pensar en el con espadas y lanzas me emocionaba.
-Jejeje, ojala, pero yo ya soy muy viejo y ni siquiera puedo levantarme, pero puede que haya alguien que pueda…- el abuelo se quedo pensativo. Al ver que el abuelo no me decía nada más, pregunte:
-¿Quien?-dije totalmente intrigada.
-Se llama Vinco Minor es joven, pero un gran luchador el podría ayudarte e incluso acompañarte.
-De acuerdo lo hare, iré a casa de ese tal Vinco Minor.
-Debes ir mañana antes del amanecer, pero llévate esto, tu abuela lo llevó en su viaje, pero de forma distinta…- dijo el abuelo abriendo el segundo cajón de su mesita de noche, sacando una especie de amuleto en forma de hada. Lo cogí, y aquella sensación de poder, como la que tuve al coger el libro, se volvió a repetir.
-¿A qué te refieres con lo de una forma distinta?- dije sin quitar la vista de aquella preciosa hada.
-Pues a que estaba viva, pero yo no he podido despertarla-miré a la hadita y pensé en lo hermosa que debía de ser cuando no estaba petrificada.
Cogí el amuleto y me lo guarde en el bolsillo derecho. Besé a mi abuelo en la frente, cogí el libro, le dije a mi abuelo adiós y me fui a la cabaña.
Hacía bastante frio aquella noche. Así que entre mucho más deprisa de lo normal en la cabaña. Me arropé e intente dormir, pero no podía. Solo podía pensar en cómo sería mi abuela y el tal Vinco Minor. La curiosidad me consumía. Así que decidí leer el libro. Me levanté y fui a la mesa del escritorio y encendí una de las velas de olor a vainilla. Cuando lo abrí por la primera página había una carta de color malva y olor a rosas. Pude reconocer enseguida la letra del abuelo.
-Es del abuelo-me dispuse a leerla.
Mi querida Cristal, cuantas veces suspiro por poder verte y cuantas parece que lo hago, pero luego me doy cuenta de que es mi simple imaginación. La vida nos regalo una hermosa hija y ahora una nieta, si vieras lo que se parece a ti. Tiene tu alegría y tus ganas de vivir y la belleza. Hay veces que me gustaría estar a tu lado, pero no puedo porque ellas me necesitan. Aunque esta carta no llegue a ti quiero que sepas que te quiero, y que tu historia está aquí en cada una de las páginas que he escrito, pero tus recuerdos quedaran sellados en mi corazón.
Te ama Graham.
Me llevé la carta al corazón y las ganas que tenia de encontrar a mi abuela se hicieran aun más intensas. Pero, se me olvido un pequeño detalle: mi madre. Ella jamás me dejaría marcharme, pero si me iba antes del amanecer tal vez tendría alguna posibilidad. Una vez haberlo pensado cogí mis zapatos de color verde aceituna y un vestido verde otoñal con bordados dorados y negros. Y me lo puse. Luego cogí una bolsa de tela verde e introduje el libro, la hadita, el libro y la carta del abuelo. Cuando ya lo tenía todo preparado llegó a mi mente otro problema. ¿Cómo iba a llegar hasta casa de Vinco Minor? Estaba demasiado lejos para ir andando.
-¿Cómo voy a llegar?- nada mas pronunciar estas palabras la bolsa empezó a brillar. Abrí la bolsa y vi como el libro se iluminaba. Lo cogí y al abrirlo el libro se abrió solo por la pagina 27. Miré el libro con los ojos como platos. Lo cerré y lo volví a abrir el libro, parecía que el libro solo se abriera por la página 27, pues era el único lado por donde se abría, lo volví a cerrar y luego abrir, cerrar, abrir, cerrar, abrir. Hasta que una voz dentro de mí me dijo que estaba perdiendo el tiempo con tanto abrir y cerrar. Leí lo que la página 27 decía:
Viajar entre las nubes, con alas blancas.
Necesito que vengas y me traigas.
Al pronunciar estas palabras un fuerte trueno rompió la tranquilidad de aquella noche. Di un sobresalto. Un increíble calor me recorrió el cuerpo, pero luego pareció tornarse al frío, aun así seguía asustada. La noche pareció otra vez quedar en silencio. Salí fuera. Un fuerte viento azotó el cielo y este empezó a abrirse. Alcé la vista y observé como empezaba a abrirse poco a poco. En medio del cielo apareció un hermoso caballo blanco alado. Este se posó en el suelo.
-Dios mío, es un Pegaso-dije con la boca abierta. No podía creérmelo. Existían de verdad.
-En verdad me llamo Penumbra-dijo el Pegaso con una voz femenina.
-Anda si habla- y al pronunciar estas palabras me desmayé y mis ojos se cerraron teniendo como última imagen a Penumbra. Después de haber pasado unos pocos minutos me desperté. Me levanté con bastante dificultad y haciendo gestos de dolor de cabeza. Y creyendo que todo había sido un sueño. Pero estaba fuera.
-¡Au! Me duele la cabeza, me he debido de caer y he tenido un extraño sueño…-no pude seguir debido a que vi de nuevo a aquel hermoso Pegaso blanco.
-¿Seguro que ha sido un sueño?- dijo penumbra saliendo de entre los arbustos.
-¡Oh Dios mío eres real!
-Y tú también y no por eso me desmallo y hablando del tema se puede saber ¿Por qué te has desmallado?
-Es que impresiona mucho tu presencia y jamás pude creer que podría ver uno de verdad…creía que os habíais extinguido- pero, lo que más me impresionaba era que aquel Pegaso hablaba sin mover los labios. Sin embargo, podía oírla.
-Eso es lo que cree todo el mundo, pero si no fingíamos habernos extinguido habría miles de niños o de peces gordos locos por cazarnos. Y por cierto me llamo Penumbra. Pero bueno lo importante es; ¿Por qué me has llamado?-la verdad es que tenía sentido, pues habría sido uno de esos niños que se morirían por tener un Pegaso.
-Es verdad con tanta novedad se me había olvidado, veras necesito que me lleves a casa de Vinco Minor, el debe ayudarme a llegar a Lycaena.
-¿A Lycaena?- dijo Penumbra asustada. Y moviéndose hacia atrás.
-Sí, ¿hay algún problema?- dije frunciendo el ceño. ¿A qué venía esa reacción?
-Pues claro que lo hay, Lycaena está lejos y además si se entera…-dijo dejando la última frase incompleta. Como si temiera lo que iba a decir.
-¿Si se entera…?- pregunté intentando que Penumbra completara la frase que había dejado sin acabar.
-Nadie, lo siento no puedo llevarte es imposible y por no decir peligroso- Penumbra se dispuso a coger vuelo. Vi todas mis esperanzas irse. No podía dejarla marchar. Si se iba mi abuelo moriría y eso no lo permitiría. Me arrastraría si era necesario.
-No por favor, tú no lo entiendes si no vamos mi abuelo morirá- Penumbra me miró. Agachó la cabeza y resopló.
-Está bien-dijo Penumbra con un tono que indicaba que se rendía.
-Gracias- dije abrazándola. Ella se quitó en seguida de mis brazos y luego murmuró algo entre dientes. Creo que dijo:<<niña cabezota>>pero, no le di importancia.
- Anda vamos sube-mis ojos se pusieron como platos.
-¿Donde?, encima de ti.
-No, encima del árbol, pues claro que encima- Penumbra hizo un gesto de desesperación. Agarré el hermoso cabello de penumbra y puse el pie, de forma insegura, izquierdo en el ala izquierda y esta me impulsó hasta quedarme sentada. Sonreí al ver que lo había conseguido.
-¿Estás bien?
-Si, pero nunca he montado a pelo de un caballo, bueno en este caso en un Pegaso-le expliqué. Sabía montar a caballo. Pero, las riendas eran lo que me ayudaban a no caerme.
-Mira que sois cómodos los humanos. Lo necesitáis todo…pero está bien- Penumbra cerró los ojos con suavidad y de los lados de la boca salieron dos hermosas flores doradas donde brotaron unas finas y delicadas ramas verdes para que pudiera sujetarme.
-¿Ya estas contenta?-dijo con un tono de voz que expresaba su impaciencia.
-Si-dije con la boca abierta. Me había quedado con la boca abierta casi 4 o 5 veces. Me estaba pensando en no volver a cerrar la boca, pues presentía que tarde o temprano me volverían a dejar con la boca abierta.
-Pues entonces vamos.
-Espera no te he dicho donde es…-
- Tranquila un Pegaso lo sabe todo-.
Penumbra empezó a andar, luego empezó a galopar, cada vez más veloz. El viento helado de aquella noche se fue transformando al calor producido por la adrenalina de la emoción con una pequeña brisita fría. Era increíble sentir el viento en el rostro. Escuchar el sonido de las herraduras de Penumbra al pisar el suelo. La suavidad de las alas de Penumbra, que acariciaban mi piel. Haciéndome cosquillas. Mi cara debía estaba llena de maravilla. Pero, cambio cuando miré hacia delante y vi como nos dirigíamos hacia un precipicio.
-Penumbra hay…hay un precipicio-dije de forma nerviosa.
-Lo sé- Mis ojos se pusieron como platos al escuchar su respuesta tan poco preocupante. Empecé a gritar y penumbra corría más y más hasta llegar al precipicio y dejarse caer. Deje de gritar y para que el silencio me invadiera. Por muy raro que parezca deje que la dulzura del viento me tranquilizara como si este me hablara. Después de unos segundos escuché el aleteo de unas alas. Sin darme cuenta Penumbra ya estaba en el aire. Todo era diferente desde allí arriba. La noche era más bonita y mas mágica y estábamos tan cerca del cielo que casi parecía que pudiéramos tocarlo. Me sentía tranquila y no paraba de pensar en lo que disfrutaría el abuelo estando en mi lugar. Empecé a notar que cada vez íbamos más lento. Hasta quedarnos quieta y escuchar solo el abatir de las alas de Penumbra. Observé las alas de Penumbra. Cada vez que las abatía una especie de estrellita pequeña salía de cada abatir, hasta que empezó a abatirlas con fuerza y salían mas y mas. A medida que salían se unían formando a los pies de Penumbra una especie de nube en luz. Estaba totalmente maravillada con lo que veía. Eran realmente mágicas.
-¿Qué son?- dije mirando la plataforma de aquellas estrellitas tan maravillosa donde estaba posada Penumbra.
-Son luciérnagas, nos mostraran el camino.
-Creía que un Pegaso lo sabía todo- dije inclinándome hacia los ojos de Penumbra para ver su reacción.
-Bueno si lo sabemos todo, pero…ahora no tenemos tiempo- dijo Penumbra intentando excusarse.
Aun no podía creerme que estaban encima de tantas luciérnagas, pero lo que iba a ver a continuación era menos creíble y sobre todo muchísimo más mágico........¿Quieres más?